BALANCE
Hace un año que, por estas fechas, estaba en cama con covid. Fue una experiencia muy traumática para mí, nunca suelo enfermar durante tanto tiempo, lo mío suelen ser cosas agudas, pero de las que salgo con mucha rapidez. Me rio ahora, porque de saber lo que me esperaba durante este año, me hubiese quedado encantada indefinidamente en la cueva de la enfermedad, a resguardo de las tempestades de la vida. Lo gordo me vino casi a principios de primavera, sin ton ni son y sin entender nada, empecé a llorar: lloraba cuando me dormía, lloraba al abrir los ojos por las mañanas, en el super, en los semáforos, en el cine, en compañía y en soledad. Mi cara siempre estaba anegada de lágrimas, no tenía que hacer ningún gesto ni esfuerzo; las lágrimas salían solas sin mi ayuda. Yo, que siempre he presumido de ser inmune a la depresión, empecé a pensar que había caído en sus garras y que quizás necesitaba ayuda profesional para salir de aquello. Hasta que un día, de pronto, dejé de llorar; con la mi